FIESTAS 2002




La experiencia del 2001, no sirvió para que la Comisión del 2002 tomara buena nota de la actuación de la UMO (Unión Musical de Olba) y protagonizara alguna noche festiva. Eso si, dio los pasacalles de rigor con gran alborozo de grandes y pequeñitos.
Fiestas son siempre fiestas y con UMO o con con fuego el pueblo registró un lleno hasta la bandera.
La Comisión los Yayu File, un grupo de abnegados jóvenes que en su segunda experiencia nos dieron, previo pago de su importe, un buen programa, incrementando la presencia de los "cuernos" y las discomóviles y disminuyendo la música orquestal, que a veces resulta en exceso cara. El día de San Roque de nuevo la lluvia hizo su aparición y se sustituyó la orquesta de turno por una discomóvil. No fue lo mismo pero ahorraron unos eurillos, algo es algo.
Cuatro embolados en agosto y dos en septiembre, además de los novillos, las vaquillas y dos becerros en flor que hicieron las delicias de jóvenes y no tan jóvenes.
Por lo demás lo tradicional: San Usebio, con miles de saeusebios menudos desfilando hacia el frontón a las faldas de este santo bonachón. Procesiones; caridad en San Roque y jotas en el frontón, por cierto este año algo más flojas de lo normal. Concursos de todo un poco, fiesta infantil, sin olvidar el "embolado" de Elias que siempre se convierte en una atracción con mayúsculas el 17 por la tarde.
Como en otras ocasiones el Baile de Disfraces se convirtió en centro de las actividades lúdico-musicales.
Así fueron este año.
 

 
 
 

EL GUIÑOTE VIVIENTE

Y para este año una excepcional novedad: EL GUIÑOTE VIVIENTE una  idea de José Antonio Dueñas, alentada y organizada por Andreu Bernades, ilustrada por Enrique Giner, con la participación de todo el pueblo de Olba.
Los antecedentes los puso la investigación histórica de Enrique Giner, lean:
 
 
Quizá en la memoria de alguno de los vecinos más longevos de la villa pueda quedar un lejano recuerdo de lo que fue una práctica cotidiana, y que como tal acompañó y marcó los momentos más entrañables y también los más terribles del pueblo. Hablamos de lo que en un principio se conoció como “ la justa de los caballeros”  y más tarde “juicio de naipes”, “el tapete de la verdad”, “el guiñote justiciero”, “brisca final”, “envite letal” y otros muchos nombres más  o menos acertados, pero que todos dan idea de la enjundia del asunto. La práctica en cuestión no era ni más ni menos que una solemne partida de guiñote viviente.

   Era esta una particular forma de dirimir los asuntos del día a día que por h o por b enfrentaban a vecinos con vecinos, que por lo general y como es lo habitual en esta tierra de gordo o flaco, negro o blanco, tieso o tuerto, unos y otros eran la encarnación de dos verdades absolutas e irreconciliables, es decir, taurino o antitaurino, perro o gato, con cebolla o sin cebolla, gasolina o diesel, mar o montaña, en definitiva, o calvo o tres  pelucas.

   El inicio de esta costumbre se remonta a los lejanos tiempos en que dos homínidos fueron capaces de alzarse en pié y de expresar con un rudimentario lenguaje su mas rotundo y radical desacuerdo. Más o menos debió ser así: Hominido A  - brouncs brouncs – Hominido B – nibrouncs nibrouncsa- y ya la tenemos liada.

   Por más vueltas que se le de no parece que exista ninguna otra  forma más noble y eficaz de resolver este tipo de entuertos que mediante una partida de guiñote.

   Nuestros sabios prudentes antepasados se dieron cuenta de que si la susodicha partida se jugaba en la intimidad de la taberna, no quedaba fe pública del resultado, y no hay pena más grande y amara que la de ganar sin que se enteren hasta las cabras del río Rubielos.

   Para solventar este inconveniente, la sabiduría popular barruntó un sistema que daba gusto a toda la audiencia, una partida de guiñote viviente, donde las cartas eran representadas por figurantes y se jugaba en el más público de los tapetes, la plaza del pueblo.

   Dense cuenta de que en aquellos remotos tiempos también la audiencia pesaba, pero para darle gusto no se precisaban grandes medios, y aunque se precisasen tampoco los había, ni falta que hacía, porque ¿qué hay más en vivo y en directo que esa monumental mezcla de circo, teatro, tribunal de justicia y patio de vecinos?

   Increíble pero cierto. Así es como se solventaron gran número de asuntos, y aunque ha resultado tarea más que dificultosa bucear en pliegos, hojas, manuscritos y documentos mil, primorosamente custodiados en los archivos municipales, dicho sea de paso, finalmente se ha logrado encontrar indicios de unos cuantos casos.
 
 

   Uno de ellos es el que se planteó a propósito de la necesidad o no de la construcción del primer puente que cruzó el río uniendo esta parte con la barriada de los Moyas, entonces poblada por más de 100 ánimas (téngase en cuenta que por entonces el río tenía más de veinte varas de orilla a orilla). 

   El pleito se presentó entre el maestre del gremio de los silleros de Moya y el entonces regidor de la Villa, que contaba con la licencia otorgada por el Marqués de Rubielos de explotar el servicio de trasiego de una orilla a otra mediante barcaza instalada al uso, de toda clase de enseres, individuos de dos  patas, como gallinas, de tres, como los conejos cojos y de cuatro, como algunos gorrinos, que muchas veces tenían la misma consideración, sino más, que los individuos de dos patas sin pluma, como son algunas personas.

   El caso despertó la pasión de todo el vecindario, pues al que más y al que menos malamente le venía rascarse la faltriquera y aflojar los dos cuartillos que costaba el porte por persona (los domingos y festivos había un apaño y por cada cuatro pasaba un gorrino de balde), y no hablemos de los menesterosos, que eran multitud, y que no tenían más remedio que liarse las ropas a la cabeza y mojarse la mosquitera, como entonces se llamaba a las ingles. El asunto quedó zanjado con tres partidas a cero a favor del maestre, y con el natural regocijo y despitorre del vecindario a costa del regidor salteador de ríos: Con este caso verídico pueden comprobar como han pasado los años, los siglos, y aunque parece que todo ha cambiado, no ha cambiado nada. 

   Terminado el breve relato sobre esta entrañable costumbre, desgraciadamente perdida por causas que ignoramos, se invita a todo el vecindario y visitantes a que vivan esta representación como antaño se hizo, como si en la partida se jugara la propia honra, o deshonra, o quién corta la soga, o el color con que vestir al Santo, o una plaza de aparcamiento, o cualquier otra cosa que les de gusto, eso si, que sirva de regocijo y general algarabía.

Que ustedes  lo pasen bien, y que el juego reparta suerte.

Dudas, algún que otro nervio suelto, cenas de sobaquillo para preparar el evento. Llamada a los medios de comunicación de este magno acontecimiento en la provincia y llegó la hora de la verdad.
Cuatro jugadores, cuatro. Que diría el cartel taurino. Rondalla y joteros (Paco Clara, como siempre) por si se canta. Cuarenta cartas, un tapete y nuestro cabezudo presidiendo la partida.
Marcelo, Antonio de la Marina, Vicente Fortuño y José Manuel de Liberato en un duelo con precedentes. Dicen que allá por el siglo X de esta manera se dirimían las cuitas en este pueblo, especialmente entre aquellos de los Mollas y estos de Olba capital.
Al mejor de tres garras y a empezar. La primera para los jóvenes (Fortuño y Liberato). La segunda de los maduros (Marcelo y Antonio) y el desempate con cuarente incluidas para estos jóvenes afortunados que pasarán a la historia como los primeros vencedores del guiñote viviente del siglo XXI en Olba.
Y como muestra un botón sirva este testimonio gráfico como notario de cuanto aquí queda dicho.
 
 

Sólo

Ensayo

Minutos antes
(aparece Fortuño)

Antonio

Marcelo

José Manuel de Liberato

El narrador

Cabezudo

Las cartas


Más cartas

Pensando

Jugando

Fue tal el éxito de este evento, que ya se ha contratado para el año que viene. Y hasta el Diario de Teruel nos dedicó la contraportada. Casi nada.....